“PULPERÍA ÑA SERAPIA” * Escribe MIGUEL ÁNGEL GIORDANO
Existe un pequeño lugar nativo en Barrio Norte, frente al Parque Las Heras (en donde antaño se encontraba la famosa cárcel), que se llama “Pulpería Ña Serapia”, más precisamente en Avenida Las Heras 3357.
En éste lugar, que parece quedado en el tiempo y que ya es reconocido en el mundo, se pueden degustar muy buenas comidas regionales, locro, tamales, carbonada, mondongo, empanadas salteñas, etc.
En la década “famosa e inolvidable” de 1960, creo que en 1965, se inauguró una sucursal con el mismo nombre en el barrio de Villa Crespo, “mi barrio”, pero era una Peña - que estaban muy de moda en aquellos años en Buenos Aires – y el local era enorme. Hoy aún existe pero allí hay un supermercado.
Se encontraba en un lugar privilegiado del barrio: Avenida Juan B. Justo 2550, entre Corrientes y Villarroel.
En un principio, la Peña no funcionaba muy bien y los dueños (no se si son los mismos que hoy están en el Barrio Norte), estuvieron a punto de cerrarla. Pero se dieron algunas circunstancias que hizo dar marcha atrás con esa decisión y la Peña o “Pulpería Ña Serapia”, prosiguió.
En esas primeras semanas, me acerqué al lugar, - yo vivía en la otra cuadra, en la calle Vera -, y me hice habitué. Iba con un par de amigos (y a veces, con alguna minita), conocí y me relacioné con otros amigos y a todos nos ponía muy triste ver semejante local casi vacío.
Los dueños pasaban música folclórica (por supuesto) y algún tanguito. De vez en cuando, aparecía algún descolgado, se subía al escenario con una guitarra y cantaba.
El “boom” del folclore que se había iniciado en la década de 1950, hizo eclosión en la década siguiente y por aquel entonces, la guitarra se convirtió en el instrumento musical por excelencia de la juventud y era muy común juntarse en cualquier lado a cantar folclore o los temas de moda, especialmente los de las incipientes bandas o grupos de rock.
Mientras que en 1964 Ariel Ramírez grababa con Los Fronterizos una de las obras culminantes de la música argentina, “La Misa Criolla”, nuestra juventud buscaba abrirse camino dentro del folclore y de las bandas rockeras, con la intención de “encontrarse” con nuestra identidad y nuestros valores culturales más ancestrales.
Queríamos expresarnos y la música, las letras, el arte en general, era el camino a seguir. Pero todo se fue perdiendo con el inicio de los años oscuros posteriores.
Ya derrocado el Presidente Illía, período en cual creció toda esa ola qué, como un Tsunami, se abrazaba a la libertad y al crecimiento personal, la juventud se entusiasmaba por el impulso a la educación y a la cultura (y su famoso plan de alfabetización) que proponía su gobierno, respaldado por el bienestar general, el trabajo y la paz que reinaba en el país.
Pero la anulación de los contratos petroleros firmados por el ex presidente Arturo Frondizi con compañías extranjeras, más el impulso a la explotación del petróleo y los recursos estratégicos por parte del Estado, el fomentó a la industria nacional, la disminución de la deuda externa y la sanción de las leyes de Salario Mínimo, Vital y Móvil y la llamada ley de medicamentos, hicieron “mella” en su poder al que fueron debilitando sus opositores en connivencia con sectores militares que terminaron derrocándolo.
Años posteriores, los propios golpistas militares y civiles aceptaron que habían cometido un grave error.
Parecería que me fui un del tema pero no es así. Es para clarificar más el tema, porque durante el gobierno militar que siguió, con Onganía, Levington, Lanusse y compañía, aparecieron los ataques a esa juventud con palos, muertes, persecución, “noche de bastones largos” y el resquebrajamiento social, económico y cultural que tanto nos había costado conseguir.
Se acabó la libertad, la paz, la reunión de los jóvenes cantando en los parques y la sangre comenzó a correr nuevamente en un país que nunca aprende de sus propios errores. Florecieron el desempleo y las “villa miseria”, se destruyó a la industria nacional y nuestros mejores hombres “libre pensadores” y profesionales, debieron emigrar.
Las peñas de Buenos Aires, que habían florecido en una cantidad inusitada e histórica, fueron cerrando y comenzó la decadencia cultural, el desprecio por nuestras tradiciones, el arraigo por lo “nuestro” y la invasión foránea.
Peñas enormes y reconocidas como “El Palo Borracho” en la calle Corrientes, “El Hormiguero”, la propia “Ña Serapia” y otras tantas, fueron cerrando sus puertas y, en la misma proporción en que nos alejábamos de un país con “identidad nacional”, nos acercábamos a un pseudo país extranjerizado, ajeno a nosotros y a nuestra historia.
Como contaba, aquella recordada – con mucha nostalgia, por supuesto - “Pulpería Ña Serapia”, no funcionaba bien. Una noche, estábamos comiendo unas empanadas con unos amigos y algunos pocos parroquianos, cuando lo vemos entrar a Horacio Guarany vistiendo una camisa blanca arremangada. Pasó al lado nuestro, saludó y fue hasta el mostrador. Preguntó por el dueño y sentados en una mesa al lado de nosotros se pusieron a hablar. Obviamente, se podía escuchar claramente la conversación.
Don Horacio, que vivía en la misma manzana, a la vuelta de la Peña, sobre la calle Villarroel, le dijo que no entendía porque el lugar estaba siempre vacío. El dueño le comentaba que no le encontraba explicación, etc.
Ahí nomás, Guarany, con mucha decisión, le dijo: “Vamos a hacer que esto funcione”. Y le hizo una propuesta, cuyos términos fueron más o menos los siguientes: “Yo vengo a cantar dos días a la semana, los Miércoles y los Sábados. Pueden anunciar, por ejemplo: ‘Los Miércoles de Guarany’ y que vengan jóvenes valores para completar el espectáculo. Los Sábados, hay que poner números fuertes y le aseguro que muy pronto esta Peña va a explotar de gente”.
Si mal no recuerdo, creo que Don Horacio uno de los dos días actuaba gratis o por lo menos lo haría hasta que la cosa cambie. También, hablaría con los amigos cantantes y grupos folclóricos para que vengan a actuar a la Peña.
¡Y no se equivocó! Al poco tiempo, la “Pulpería” estaba llena y empezaron a desfilar lo mejor de nuestra música sobre el escenario.
Como yo era vecino de Guarany y mi madre siempre hablaba con él cuando se encontraban en la carnicería de la esquina o por la calle, agregado a que iba siempre a la Peña y charlábamos de todo tomando algún vinito, trabé una linda relación con él. Incluso, con una barra de amigos que se había formado en la “Pulpería”, le hicimos “el aguante” un día en que nos pidió que fuésemos a una actuación suya que se iba a hacer en el Teatro Payró.
Recordemos que ya estaba Onganía en el poder, que el “el Payró” estaba sindicado como un refugio de comunistas y que Guarany ya era “mala palabra” para los militares y personas de ultra derecha, lo que convertía a esa noche en una velada regada de cierto resquemor a que nos vuelen a todos por el aire con una bomba. Incluso, durante la función, se supo que había habido una amenaza de bomba, pero no le dimos bola y seguimos con el espectáculo. En el intervalo, fui con un amigo a los camarines y le comenté a Guarany lo de la amenaza. Él, con esa sonrisa picarona y convidándome un vaso de wiski, dijo:
“Qué mejor que morir arriba del escenario y cantando”.
Al final, no pasó nada y regresamos riendo a nuestras casas.
Entre muchísimas otras grandes figuras, en el escenario de la “Pulpería Ña Serapia”, actuaron: Hernán Figueroa Reyes, Los Quilla Huasi, Los Fronterizos, Los Visconti, la recordada María Helena, Los Tucu – Tucu, El Chango Nieto, Daniel Toro, y debutaron en la ciudad de Buenos Aires, El Soldado Chamamé y Carlos Torres Vila.
Tal vez, la actuación más recordada fue la de Jorge Cafrune, cuando estaba haciendo su mítica gira "De a caballo por mi Patria", en homenaje al Chacho Peñaloza. En esa gira, Cafrune recorrió el país al estilo de los viejos gauchos, llevando su arte y su mensaje a todos los rincones. Y por supuesto, estuvo con nosotros en la “Pulpería”. La anécdota curiosa y que nunca supe si fue cierto, es que se dijo que Don Jorge no sabía dónde dejar el caballo porque la Avenida Juan B. Justo era muy transitada y no podía dejarlo en la puerta, por lo que se decidió atarlo a un árbol en la puerta del edificio donde vivía Guarany sobre la calle Villarroel y se quedó un chico cuidándolo. Algunas personas juran que es verdad, pero yo no me arriesgo a confirmarlo.
Lo cierto es que actuó y todos pudimos disfrutar de su arte inigualable.
Tiempo después de esa actuación del Payro, Guarany fue amenazado de muerte y se tuvo que ir del país. De regreso, con la democracia, en Marzo de 1974, le pusieron una bomba en su casa, luego recibió amenazas telefónicas, otra bomba y le incendiaron su automóvil con la guitarra en su interior. Finalmente, fue intimado a abandonar el país en 48 horas o ser condenado a muerte por “traidor a la patria” ¡Nada menos!
El 29 de setiembre de 1974 abandonó el país radicándose unos meses en México y luego cuatro años en España. Volvió a la Argentina el 5 de diciembre de 1978 y un mes más tarde, el 20 de enero del 79, pusieron una bomba en su casa de la calle Nahuel Huapi en el barrio de Belgrano. Aun así, decidió quedarse, pero debió conformarse con realizar espectáculos en el interior del país.
La “Peña” o “La Pulpería”, como le decíamos, un día se apagó definitivamente.
Ha pasado el tiempo, la barra se disolvió, alguno fue un desaparecido más, a Cafrune “lo accidentaron”, el folclore se alejó de la ciudad, el barrio de Villa Crespo se llenó de personas ajenas a la tradicional idiosincrasia de la zona.
Yo mantuve firme mi ideológica política independiente y apartidista, me mudé de barrio y como dice Ricardo Guiraldes en “Don Segundo Sombra”:
“Me fui como quien se desangra…”
Y la Patria, también.
(Octubre, 2012)