“RAPOSO: EL MENTIROSO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA”
* Investigación y Comentarios: Miguel Á. Giordano (Escritoriador y #DifusorCultural)
Se hizo una película sobre él. Seguramente debe haber algún libro, también. Cientos de notas y artículos en diferentes medios siguen hablando de este personaje sin igual.
Si a algún escritor se le ocurre escribir una historia similar, nadie se lo creería. Dirían: ¡“Qué imaginación tiene este hombre!”
Su cuerpo se parece a una famosa botella de cerveza brasileña y por eso, lo apodaron: “Kaiser”, como la marca de la bebida, y con ese sobrenombre lo corearon las hinchadas de Brasil, Estados Unidos, México y Francia.
Su nombre: “CARLOS
HENRIQUE RAPOSO” y es conocido como “El jugador más mentiroso y
más grande en la historia del fútbol”.
Fue futbolista y jugó de “9” (e inventó “el falso 9”), en los principales equipos de Brasil. Pasó por el fútbol de Europa, Estados Unidos y México. Su carrera se extendió por 20 años, pero… ¡Sólo jugó menos de 20 minutos en todos esos años! Y embolsó fortunas.
¿Cómo lo hizo? Mintiendo, mintiendo… y con los trucos más increíbles.
Nació en Río de Janeiro (Brasil), en 1963 y habrá que creerle eso, por lo menos.
Fue compañero de jugadores que han sido leyendas, como Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto y Carlos Alberto Torres, entre otros.
La historia comienza cuando Raposo tenía 23 años y era amigo de Mauricio, un ídolo del Club Botafogo. Un día, medio en serio, medio en joda, Raposo le dijo al crack si le podía conseguir un contrato en el primer equipo. Nada de masajista o aguatero, sino como jugador. A pesar de que no tenía la menor idea de cómo se le pegaba a una pelota.
Lo más increíble de todo, es que el Botafogo lo contrata. Pero, claro, tenía que jugar, y él no sabía nada de eso.
Por lo que comenzó con sus estrategias para “no jugar”.
Y él mismo cuenta: “Iba a los entrenamientos y a los pocos minutos de ejercicios me tocaba el muslo o la pantorrilla y pedía ir a la enfermería. Durante 20 días estaba lesionado y en esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema físico. Y así pasaban los meses. En Botafogo creían tener en mí un crack, y era objeto de misterio”.
Pero, más increíble aún, es que pese a no jugar ni un minuto con Botafogo,
al año siguiente lo compra el Flamengo, donde tenía otro gran amigo: Renato Gaúcho.
Así lo recuerda el que fue jugador de la Roma y de la Selección brasileña:
“El Kaiser ‘era un enemigo del balón’. En el entrenamiento le pedía a algún compañero que le pegara una patada y así se iba a la enfermería”.
Raposo junto a Renato Gaúcho (der)
Raposo llegaba al entrenamiento con un enorme teléfono celular (en ese entonces muy pocos lo tenían), y nunca nadie se dio cuenta de que era de juguete. Con ese armatoste, simulaba que hablaba con dirigentes de clubes europeos que querían ficharlo. Lo cierto es que completó el año en el Flamengo “sin jugar un sólo minuto”.
En aquella época la información no era tan accesible como hoy.
No había webs donde leer sobre el futbolista y no había videos para ver sus supuestas cualidades.
A diferencia de la mayoría de los jugadores, Raposo era muy amable con los periodistas y les daba notas y entrevistas (y a veces dinero).
Y cuenta: “Tengo facilidad en hacer amistades. A muchos periodistas de mi época les caía bien, porque nunca traté mal a nadie. Algún regalo y alguna información interna, también ayudaban”.
Los cronistas creyeron en sus dichos y lo presentaban como “un crack con mala suerte en cuanto a lesiones”. Y gracias a la buena prensa, se fue a jugar a México.
Llegó al Puebla y en seis meses de contrato, “no jugó ni un minuto”.
De allí se fue al incipiente fútbol de EEUU y firmó para “El Paso” y ni siquiera pisó el césped en ningún partido oficial.
Regreso a Brasil y firmó para el “América”, tradicional club de Río de Janeiro, en donde sacó otro “as de la manga”. Para no tener que entrenarse, presentó un informe médico que un doctor amigo le realizó, en el que se detallaba que Raposo tenía “un problema mental que lo bloqueaba para jugar al fútbol”.
Los cronistas creyeron en sus dichos y lo presentaban como un crack con mala suerte en cuanto a lesiones.
Pero el sueño de Raposo era tener su “experiencia” europea.
Firma con el Ajaccio, de Francia, que disputaba la segunda división, merced a que Fabio Barros, “Fabinho”, que estaba allí, lo presentó a un directivo italiano, quien tenía contactos con la mafia calabresa.
Le hicieron una presentación digna de Messi. Él lo recuerda, así:
“El estadio era pequeño, pero estaba lleno de hinchas. Yo creía que entraba y saludaba a los simpatizantes y me iba, pero había infinidad de balones. Teníamos que entrenar y se iban a dar cuenta de que era horrible. Entonces, empecé a patear las pelota a los hinchas mientras que, al mismo tiempo, saludaba y besaba el escudo de la camiseta. Los aficionados enloquecieron. Los dirigentes se agarraban la cabeza porque los hinchas se llevaron de recuerdo todos los balones. Habré pateado unos cincuenta. No quedó ni uno”.
Era tanto su cariño por el club que “una vez jugó veinte minutos”. En el primer pique hizo como si se hubiera desgarrado y pidió seguir por amor a la camiseta. Los hinchas deliraban por ese brasileño que “no tocaba la pelota, pero corría rengueando por amor al club”.
Y el presidente se había encariñado con él, ya que Raposo no dejaba de enviar, cada viernes, un ramo de rosas a su esposa.
En 1989 retornó a Brasil y firmó para el Bangú.
Y allí estuvo a punto de iniciar verdaderamente su carrera.
Raposo “hizo una jugada de márketing genial”. El día de su presentación le pagó a un chico “alcanza pelotas” del club para que trajera a sus amigos y familiares que vivían en una favela. En el primer entrenamiento aparecieron 30 personas en las tribunas que al ver ingresar al “Káiser” al campo de juego, enloquecieron y “comenzaron a corear su nombre”. El dueño del club, Castor de Andrade se emocionó en su palco al creer que había traído una estrella de nivel mundial, porque un periodista amigo de Raposo, inventó en una nota en donde decía que “el jugador se consagró goleador de la segunda división francesa con el Ajaccio convirtiendo 40 goles en 30 partidos”.
¡Toda una verdadera mentira!
El propietario del Bangú, Castor de Andrade, era un temido cabecilla de la mafia local que disponía de una red de lotería ilegal que se vendía por las calles de Río, un negocio corrupto que le reportó mucho dinero y que blanqueaba haciendo fichajes para el Bangú. Llevaba una pistola siempre consigo y los jugadores le besaban la mano antes de salir al campo. Era temido y odiado por partes iguales. Nadie le discutía nada. En una ocasión, se presentó en un entrenamiento y fue a buscar un marcador de punta que se lesionaba seguido. Lo encontró sentado sobre el césped, sacó su pistola y le disparó junto al pie. Cuando el jugador se levantó asustado, Castor de Andrade dijo riéndose: "Ves, ya podés jugar".
Raposo era un gigantesco mujeriego y se la pasaba de joda en joda. Un día sábado, a las cuatro de la mañana, Moisés, entrenador del Bangú, localizó por fin al delantero después de buscarlo durante horas. El Káiser estaba en una famosa disco de Río de Janeiro llamada “Calígula”. El técnico fue clarito:
“Kaiser, el jefe te quiere mañana en el equipo”. El jugador recurrió a su frase de cabecera: “Míster, estoy lesionado”.
Y Moisés le replicó: “No te preocupés, vas a estar en el banco”.
Raposo llegó de la disco al hotel donde el equipo estaba concentrado, cuando los jugadores bajaban a desayunar.
Ese domingo Bangú jugaba de local con el Curitiba por el campeonato brasileño. A los ocho minutos, los visitantes ganaban 2 - 0, y Castor de Andrade le exigió al técnico Moisés que pusiera al “crack”, que todavía no tenía ni un minuto en campo.
Raposo salió a precalentar y empezó a sudar, no por los ejercicios sino por el nerviosismo. Estaban a punto de descubrir que “era todo una farsa y su vida corría peligro”.
Pero su imaginación no tenía límites. Se detuvo delante del alambrado y empezó a pelear con un hincha rival y comenzaron a tirarse golpes. Se armó una gresca general y “el árbitro expulsó a Raposo, que no pudo debutar”.
El técnico, furioso con él, llegó al vestuario en el entretiempo. Y Raposo le dijo al DT una frase memorable:
“Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre, que es usted míster, no dejaré que ningún hincha lo insulte como lo hizo al que yo le pegué, que decía que usted era un traficante y un delincuente. Mire, me quedan quince días para terminar el contrato. Cuando lo termine, ya no me verá más”.
El DT, muy conmovido, le dio un beso en la frente y pidió a la CD (y le fue concedido) que le renovaran al jugador el contrato por seis meses más.
Su carrera no terminó allí. Pasó por América, Vasco de Gama y Fluminense. En Vasco da Gama todavía lo idolatran por su trampa. Tras seis meses de lesiones continuas y ante los médicos desesperados que no encontraban una solución, “el club contrató los servicios de un curandero”, el Pai Santana, quien debía hacer un ritual para sanar al jugador.
Pero Raposo no se detenía ni ante las fuerzas del más allá. “Le dio el doble de dinero al curandero” y el pai Santana les dijo a los dirigentes del club:
“El jugador tiene unas condiciones increíbles, nunca Vasco tendrá a una estrella como él, pero algo del más allá lo lesiona a repetición”.
“Otra delicia de Raposo”:
Se tomó una foto con la camiseta del Admira Wacker, de Alemania,
en donde nunca jugó, pero para lograr un mejor contrato, inventó que el club alemán quería ficharlo y hasta lo hizo entrenar con la ropa del club.
¿Mitómano? ¿Chanta? ¿Versero?
Este genio seguía fichando en los clubes y nunca jugaba.
Y explica su nuevo truco que consistía en que los jugadores les pidieran a los dirigentes que contrataran a Raposo. Y cuenta:
“Nos
concentrábamos en un hotel. Yo llegaba un día antes, llevaba diez mujeres, y
alquilaba habitaciones debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche
nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las
escaleras y divertirnos”.
El defensor Ricardo Rocha (ex Selección de Brasil y Real Madrid) es otro de sus amigos, y dijo de él:
“Es un gran amigo, una excelente persona. Pero, ‘no sabía jugar ni a las cartas’. Nunca lo vi jugar un partido a las cuatro de la tarde en Maracaná. En una disputa a cuál es el mayor mentiroso, Pinocho perdería con Kaiser”.
Luego de su etapa en Fluminense pasó por Guaraní y Palmeiras, club donde arrancó con “una estratagema diabólica”. En el primer entrenamiento buscó a un juvenil y le preguntó: “¿Cuánto ganás al mes?”. Cuando el chico le contestó, Raposo le replicó: “Te doy el doble si me trabás violentamente y me lesionás”. El juvenil no lo pensó dos veces y casi quiebra a Raposo. De allí en más vivió en la enfermería hasta terminar su contrato.
Raposo hoy:
“Si el sexo fuera fútbol, yo sería Pelé”
“No me arrepiento de mis años de carrera. No me arrepiento de nada. Los clubes engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse de ellos”.
“Yo fui campeón del Mundo en 1984. Jugaba para Independiente de Argentina. Estuve seis partidos en la institución. Jugamos la final en Tokio contra el Liverpool. La Intercontinental fue mi mayor título”.
Independiente ganó esa final. Pero el “Kaiser” ni siquiera estuvo en la tribuna.
El cine no dejó pasar la oportunidad y se realizó: “¡Kaiser!” – El mejor futbolista que nunca ha jugado al fútbol.
Es un documental que repasa la inverosímil trayectoria de Carlos Henrique Raposo, “el hombre que creó al falso nueve”.
Los irlandeses Tom Markham y Rob Fulla contrataron al director británico Louis Myles, que filmó la película. El problema es que no podían creer nada de los que les decía Raposo: “En nuestro primer encuentro se pasó las dos primeras horas hablando con detalles sobre todos sus logros, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Eran tan escandalosas las mentiras que el tipo se convertía en adorable”, dijo el cineasta.
Para este hombre nacido en Porto Alegre y criado en Rio por una familia adoptiva, el fútbol no era no “el jogo bonito”, era “sexo e mulheres”.
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Los anales de la FIFA dicen que pasó por 11 equipos durante 16 años. Cualquier otro futbolista en ese lapso hubiera jugado no menos de 600 partidos oficiales. Los registros de Raposo indican que entró 14 veces al campo de juego a jugar algunos minutos. ¡Todo un récord para este genial y delicioso estafador!
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