* Escribe ©Miguel Ángel Giordano
(Escritoriador, Argentina)
26
de Noviembre de 1964: Aún hoy, después de tantos años, siento
un sabor amargo, muy amargo, por su partida. Yo era apenas un “purrete” (como
se decía entonces) de 16 años y como todos los habitantes de ésta ciudad no
salíamos de nuestro asombro por la grave noticia de esa mañana:
“SE MATÓ JULIO SOSA”.
Angustia, desazón, bronca, mucha bronca. Se nos había ido el ídolo
del pueblo. En su mejor momento, como Gardel y en un accidente.
Para colmo, durante años, la “Cupecita” color rojo con la que se
mató, por cuestiones legales y de sucesión y que se yo qué otras macanas,
estuvo arrumbada en el taller mecánico y de chapa y pintura “Rode”, de Jorge (no recuerdo el
apellido), que se encontraba justo enfrente del taller de mi viejo en la
Avenida Juan B. Justo y Vera, en el barrio de Villa Crespo.
Cada tanto, me cruzaba para ver “el auto de Sosa”. Lo acariciaba y
una agradable pero triste sensación, me sobrecogía. Después, de mi boca salía
un melancólico: “Taquetepario…”.
Con los años, lo fui redescubriendo cada día y en cada canción
magistralmente interpretada. Los pedorros tangueros que lo criticaban decían:
“No canta, habla”. Y no se daban cuenta
que estaban ante el más grande cantor de tangos que haya dado la vida, solo
comparable con Carlos Gardel.
Después, en el ocaso de su carrera y ante la imposibilidad de
cantar, Roberto Goyeneche imitaba la dicción de Sosa y los mismos pedorros
tangueros decían: “Qué bien que dice el tango, el Polaco”. Unos tarados
totales.
Hoy mismo, me vuelve loco verlo a Julio Sosa en los videos de los
programas de TV que se han rescatado y me maravillo ante la elocuencia, la
maestría para “decir el tango”, su facilidad natural para “actuar” las letras,
con toda la gama de guiños, muecas, ademanes y movimientos de cuerpo y de
manos. Él fue un “verdadero y fiel intérprete” de tangos.
Mi primo hermano Oscar Collia, a quien le decían “El Pibe”, fue amigo de Sosa y siempre me contaba de las
trasnochadas en la Parrilla “El Negro”, ahí cerquita de casa, en Niceto Vega y
la vía, donde “El Varón” se quedaba con sus amigos hasta entrada la mañana
cantando para ellos.
¡Cómo me hubiera gustado estar una noche allí!
“El Negro”, también era el dueño del Restaurant-Bar “Los Andes”,
en la Avenida Córdoba y Jorge Newbery y fue quien le dio el primer trabajo en
la ciudad de Buenos Aires cuando Sosa llegó desde su tierra natal.
La cosa es que en su última noche, Julio Sosa había estado
festejando la firma del mejor contrato de su carrera. Era una gira que lo
llevaría a México, España y Francia. Al respecto, le escribió a su amigo José
Pascual Maggiolo:
“Después de ésta, Cacho, ya no tengo más problemas en mi
vida”.
El “Negro” Carlos Ahumada, fue uno de los grandes jugadores del
Club A. Atlas en la era amateur y recuerda a Julio Sosa: “El Varón del Tango” vivía al lado de mi
casa, en Vera y las vías del ferrocarril San Martín. Era común verlo todos los
días y siempre tenía lindas palabras para con nosotros, que estábamos “atorranteando”
en la calle. También, nos llevaba a varios chicos del barrio como los hermanos
Sericchio, De la Granja y otros, quienes jugábamos para “El equipo de Puga
(Atlas)” en La Algodonera, al bar “El Indio”, de la Avenida Corrientes y
Dorrego y mientras él se tomaba un vermouth con ingredientes, a nosotros nos
compraba una Bilz o una Bidú. ¡Qué lindo que era todo eso!
El día de su muerte, produjo la quiebra de los capitalistas de
juego clandestino de todos los barrios de la ciudad. La quiniela cantó “el 38”,
que era la edad de “El Varón del Tango” y el número en que terminaba la patente de su
Cupecita.
Pero también, provocó serios chispazos en el seno de SADAIC,
porque le negaron la sede para que sea velado dado que el cantor no era Socio. “Hay
acontecimientos que superan los reglamentos”, les escupió en la cara el
gran maestro Aníbal Troilo.
SALÓN "LA ARGENTINA" |
Pedro Pablo Panigatti, que era el concesionario del salón “La
Argentina”, ubicado en Rodríguez Peña
361, que era por entonces, el más tanguero de los locales bailables de Buenos
Aires y en donde Sosa había actuado varias veces, propuso que lo velen ahí y se
instaló la capilla ardiente en el medio de la pista. De inmediato, le gente se
acercó para darle su íntima despedida y el centro de la ciudad se convirtió en
un verdadero despelote. La policía se vio desbordada y se perdió todo orden.
Una multitud doliente y compacta pugnaba por entrar “de prepo” y la avalancha humana,
quebró la resistencia policiaca e ingresaron en el local.
Hubo vidrios rotos, personas pisoteadas, algunas cabezas partidas
y hasta se improvisó una precaria sala de primeros auxilios. Alrededor de las
diez de la noche, la calle era escenario de una batalla campal entre el público
y las fuerzas policiales. ¡No se podía contener tanto amor por el ídolo caído!
Por otro lado, una guardia de honor de cantores rodeaban el
féretro de Julio Sosa y se lo podía ver a Alberto Podestá, Susy Leiva, Alberto
Marino, Edmundo Rivero, Roberto Rufino y a Armando Laborde, quienes, totalmente
compungidos acariciaban el cajón cada tanto, como queriendo retenerlo para
siempre, como para que no se vaya nunca.
LA BATALLA CAMPAL |
A la madrugada y ante semejante caos, Aníbal Troilo y el maestro
Juan D' Arienzo, le solicitaron a Tito Lectoure si podía ceder las
instalaciones del Luna Park para seguir velando a Sosa. Sin dudarlo, Lectoure
hizo los arreglos en el “Luna”, mientras que un grupo de voluntarios trasladaba
el cuerpo en una ambulancia y la gente pudo tener un lugar mucho cómodo para
despedir al artista.
Se calcula que cerca de 300.000 personas se hallaban a lo largo de
la Avenida Corrientes despidiendo el cortejo fúnebre del cantor, rumbo al cementerio
de la Chacarita, el cual se demoró por cerca de ocho horas. A su llegada, siguió
la lucha entre la gente y la policía, quien a fuerza de machete y de gases
lacrimógenos, impedía que el público ingrese en el cementerio. El saldo de
tanto fervor y tanta batalla, dio como resultado: “70 personas fueron atendidas en las ambulancias de la Asistencia Pública, víctimas
de desmayos por falta de aire o crisis emotiva. Hubo cuatro personas detenidas y ocho policías (un
oficial y siete agentes) terminaron heridos. Algunos comercios terminaron con
los vidrios rotos y muchos cerraron sus puertas para evitar destrozos”.
Finalmente, los restos del cantor fueron resguardados en un
depósito y, al día siguiente, trasladados, ahora sí, al Panteón de SADAIC, que
no pudo resistir la “presión popular y la de sus propios socios”.
Cuando el cortejo fúnebre pasaba por mi barrio, yo lo esperé junto a un par de amigos, en la
esquina de Corrientes y Juan B. Justo, subido a la garita desde donde se
dirigía el tránsito y peleándome con un agente de la policía que quería que nos
bajemos. Yo le cerré la puertita y le dije que iba a tener que llevarnos presos
porque de ahí no nos íbamos. Al final, se cansó y ante semejante decisión en
favor del ídolo, se alejó. Después lo vi arrojándole una flor al carruaje donde
iba el cajón.
Para explicar semejante derroche emocional, el afamado doctor Raúl
Matera, expresó:
“Estuvimos
frente a un claro fenómeno psicosocial. En la Argentina de nuestro tiempo hay
vacancia de figuras señeras, de personalidades fuertes, de hombres que pueden
traducir, políticamente hablando, toda la fe y toda la esperanza de un pueble
anhelante. Alguien tenía que llenar el vacío. Alguien o algo tiene que servir
de escape”.
Aníbal Troilo dejó su sello en una frase inolvidable:
“¿Vos te crees que el que se fue era Sosa? ¡No viejo! Nos fuimos, un poco,
todos”.
Julio Sosa nació el 2 de febrero de 1926 en una cuna pobre y tosca hecha a mano por su padre, que era un hombre de campo, en Las Piedras, Uruguay, donde creció en un clima sano, con ropas humildes y en un hogar sin lujos. En su niñez leía versos de Hernán Silva Valdez, de Juana Ibarbourou y de Yamandú Rodríguez, entre otros.
Patio casa natal de JULIO SOSA |
Sosa fue un privilegiado; nació cantor y a los doce años
ganó un concurso en el recreo “Luces de Canción Chico”, en las afueras de
Montevideo, con el tango de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera “Cuesta abajo” y
con el vals de Santos Lípesker y Homero Manzi: “Gota de lluvia”. Cobró un
premio de diez pesos oro; con parte de él mitigó la mishiadura de algunos
amigos suyos y el resto se lo entregó a su madre.
Nadie le enseñó nada, sólo las grabaciones de los grandes
cantores, sus ademanes, su propiedad interpretativa y la intuitiva selección de
temas que hablaran de trascendencia o que fueran una descripción de la
verdadera esencia del pueblo al que pertenecía. La explicación era sencilla, él
llevaba el tango en el alma.
Trabajó como boyero, supernumerario municipal, podador de
árboles y guarda de ómnibus, ingresó a la marina, donde se ganó la simpatía y
la admiración de superiores y camaradas, quienes supieron reconocer en él al
muchacho bueno y sano de cuerpo y espíritu.
A los veinte años se le presentó la oportunidad de un
certamen para aficionados organizado en el café "El Ateneo" de
Montevideo. Julio cantó “En esta tarde gris” con el conjunto de Hugo Di Carlo,
que eran quienes acompañaban a los competidores. Cuando concluyó su
interpretación, Di Carlo lo invitó a que se incorpore como vocalista de su
orquesta.
Desvinculado de Di Carlo, pasó a la orquesta del argentino Edelmiro Toto D´Amario, actuando con él en dos temporadas en Punta del Este. Hasta que alguien le sugirió cruzar al otro lado del Plata. Varios amigos que confiaban en sus condiciones, no vacilaron en aportar el importe necesario para el viaje y para pasar unos días en Buenos Aires. Con lo obtenido tenía para un pasaje de tercera clase en el Vapor “Ciudad de Montevideo”, hasta tanto ganara algo en la capital porteña.
Desvinculado de Di Carlo, pasó a la orquesta del argentino Edelmiro Toto D´Amario, actuando con él en dos temporadas en Punta del Este. Hasta que alguien le sugirió cruzar al otro lado del Plata. Varios amigos que confiaban en sus condiciones, no vacilaron en aportar el importe necesario para el viaje y para pasar unos días en Buenos Aires. Con lo obtenido tenía para un pasaje de tercera clase en el Vapor “Ciudad de Montevideo”, hasta tanto ganara algo en la capital porteña.
“Esos amigos queridos a quienes no olvidaré nunca,
organizaron una cena de despedida en mi honor en el evocador boliche de la
vieja plaza”, evocaba Julio tiempo
después.
Julio Sosa, Pontier, y Roberto Florio |
Su amigo Cacho Maggiolo recordaba en un reportaje: “Cuando
fuimos al puerto a despedirlo, el 15 de junio de 1949, desde la proa del barco
nos cantó Mi Buenos Aires querido y
Adiós, muchachos”.
Una vez en Buenos Aires, el bar "Los Andes" de Jorge Newbery y Córdoba lo
contrató por veinte pesos por noche, juntamente con las violas de
Fontana y Cortese. El ambiente del viejo café comenzó a alborotarse cuando
corrió la voz que cantaba un "oriental" y lo hacía como los dioses.
En poco tiempo no alcanzaba el lugar para escucharlo y debían pedirse las mesas
con anticipación.
Al tiempo, ya estaba cantando en
el "Picadilly" de Paraná y
Corrientes y
debutaba en la orquesta de Francini-Pontier. Después, toda la carrera que le conocemos.
debutaba en la orquesta de Francini-Pontier. Después, toda la carrera que le conocemos.
Julio Sosa publicó el l 8 de febrero de
1964, su único libro de poemas: “Dos horas antes del alba”, que
prácticamente sin publicidad fue un éxito de librería. Allí dejó impreso una
faceta de su alma inquieta y soñadora.
Para la posteridad, quedan algunas frases
de sus contemporáneos:
“Un cantor de garra, con fuerza y ternura;
un valor que a cualquier músico le hubiese complacido acompañar”. (José Basso)
“Pocas veces quise tanto a este país como
cuando presencié la devoción popular que nació por Julio Sosa”. (Antonio Prieto)
“Si el tango tuviera muchos cantores como
Julio Sosa, la música de Buenos Aires se vería honrada como pocas. Gardel y
Sosa son, para mí, los dos valores más grandes de nuestro tango”. (Enrique Dumas)
“Pocas veces he escuchado un cantor tan
completo como Sosa, sin más adornos que los que impone cada tema. Irónico,
sentimental, viril. Para mí, está en la primera fila de aquellos que han
dedicado su existencia a la música de Buenos Aires”. (Juan D´ Arienzo)
Víctor Mancebo, su “hermano de leche”, relata lo siguiente:
“Su velatorio y su sepelio fueron concentraciones populares pocas
veces vistas. Más de 200 mil personas caminamos los 18 kilómetros que separan
al Luna Park, donde lo velamos, hasta al cementerio de la Chacarita. El cajón
era llevado en una carroza, pero sufrimos tanto dolor, tanta bronca, que lo
sacamos de allí y lo llevamos al hombro. Llegamos de noche y no pudimos darle
sepultura. Era un infierno de gente”.
En su honor, fue construido un monumento Las Piedras, que fue
inaugurado el 26 de noviembre de 1965 en la esquina de las avenidas General
Flores y Rivera. “La primera idea era
hacer un busto de Julio, pero fue tan fantástico el trabajo de la Comisión que
se recolectó bronce en todo el país, mientras la orquesta de Gilardoni tocaba
en todos lados para cumplir con ese objetivo”, recuerda Víctor Mancebo.
La escultura fue realizada por Clarel Neme y muestra a Sosa
caminando hacia la plaza, tal cual era su costumbre. El artista se puso en
contacto con los sastres del cantor para utilizar las medidas exactas del
cuerpo y el traje. “Después del pedido de
bronce, faltaban canillas en Las Piedras y sus alrededores”, cuenta Mancebo
con una sonrisa repleta de nostalgia.
Víctor Mancebo cuenta lo que decía Julio Sosa: “Tengo
un sueño que espero ver en vida: que en la entrada de la ciudad diga que esta
es la cuna de Julio Sosa”. El año próximo con motivo del Bicentenario
de la gesta independentista oriental, la Intendencia de Canelones colocará un
cartel que dirá: “Bienvenidos a mi
pueblo, Las Piedras. Julio Sosa, Varón del Tango.”
Posiblemente, éste sea el último video de Julio Sosa:
“Copetín de tango”, programa de Julio Sosa en TV
“Mano a mano” (completo)
“Cambalache”
“La Cumparsita - Por qué canto así”, con glosas del poeta
Celedonio Flores y la orquesta de Leopoldo Federico
(Fuentes:
El material propio estuvo enriquecido por http://armandolveira.blogspot.com.ar/2010/12/dos-horas-antes-del-alba-es-el-titulo_17.html
* Google * YouTube)
©Miguel Ángel Giordano (Escritoriador, Argentina)
genial Miguelito, fue un cantante que en los 60, que el tango había bajado un poco, los jóvenes estaban con Los Beatles y otros extranjeros y argentinos, se mantenía como un valor estable, clásico, con un tango fuerte, macho y sentimental. Yo modestamente, tengo una pequeña colección de sus grabaciones, y como las grandes cosas de esta vida, de vez en cuando conviene acudir a ellas para saber de donde pertenecemos.
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