jueves, 8 de noviembre de 2012

*Tributo a Leonardo Favio*

TRIBUTO A LA “CREACIÓN” *Tributo a Leonardo Favio* Escribe MIGUEL ÁNGEL GIORDANO (Escritoriador)
¡Qué vida la nuestra! Ínfimos seres, deprimente raza humana que derrocha su existencia corriendo detrás de NADA y no alcanza a ver todo lo bello que tiene a su lado, o que a veces, lo roza por un momento. Son lo que yo denomino: “hechos mágicos”. Esas pequeñas o grandes cosas o sucesos que bordean a nuestro cuerpo y penetran si se lo permitimos o se alejan si lo ignoramos. Cuando nos damos cuenta del error queremos solucionarlo, pero ya es tarde. Lamentablemente, siempre es tarde. Entonces, casi siempre nos quedamos con las ganas de pedirle disculpas al amigo que herimos, o el beso sensual que no dimos a nuestra amada, o la caricia a nuestros hijos, o simplemente contemplar a la naturaleza, o a los animales. Siempre es tarde. Las cosas ocurren y ni nos enteramos. Pasan a nuestro lado y no le otorgamos la importancia necesaria, la importancia que se merece. Después, llega lo irreparable, llega la muerte y con ella, afloran todos nuestros arrepentimientos. Pero es tarde. Ya se fue ese amigo, o la amada o se alejan los hijos, la naturaleza parece descartarnos y los animales nos dan vuelta la cara.
Leonardo Favio es uno de esos “hechos mágicos” que nos eligió para que lo adoptemos o para que lo desterremos. Yo lo adopté. Él es diez años mayor que yo. Hoy no es nada. Pero cuando fui al estreno de la película “Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más...”, título extenso y curioso para aquella época (1966), él tenía 28 años y ya había filmado “Crónica de un niño solo”. Yo hacía apenas cuatro años que escribía mis primeras poesías, mis primeros relatos y cuentos. ¡Y él ya era un reconocido director de cine! Muchos, entre los que me incluyo, queríamos a ese hombre que salía a la palestra a pelearle el sitio de privilegio de los directores de esos años, pero que no habíamos entendido bien el mensaje de esos grandes films. Pocos años después, comprendí todo. Cuando descubro a Vicente Huidobro, el gran poeta chileno y precursor inexcusable de lo que vendría después. Ahí me di cuenta de que Favio no era un “creador”, como se le decía y como aún hoy se lo califica. Favio era un CREACIONISTA al estilo Huidobro, aunque él lo ignorara. (O no). Porque era tan intuitivo que sabía muy bien que ese era el camino. Huidobro decía que no soportaba a los poetas que escribían: “El pan está sobre la mesa”. Un Creacionista diría: “Dios está sobre la mesa” o “El hambre está sobre la mesa”. Y Favio nos contó las cosas de otro modo, para que nos enriquezcamos, para que pensemos y no estar sentados en una butaca como ostras sin sentir absolutamente nada. Viendo las películas de Leonardo Favio, uno sabe que cada escena es una película en sí misma y siempre va a haber elementos que nos subyuguen, que nos conmuevan. Y eso, Señoras y Señores: ES EL ARTE.
Aprendió al lado de Leopoldo Torre Nilson, un director de cine que es venerado como a uno de los mejores. A mí nunca me gustó, a pesar de que hizo grandes superproducciones (San Martín, Güemes, Martín Fierro), muy taquilleras y otros filmes de muy buena calidad que sí me agradaron: La casa del ángel, Fin de fiesta, Los siete locos y Boquitas pintadas. Pero Favio sabía, intuía que el camino era otro. Su fidelidad a sí mismo y a sus orígenes, su coherencia a lo largo de su vida queriendo darle a la gente “lo mejor de mí y no defraudarlos” (SIC), más sus dotes innatas para “ver” lo que otros no alcanzan a distinguir, su meticulosidad para lograr siempre lo perfecto o casi perfecto y su “curiosidad” para encontrar nuevos rumbos, nuevos mundos, fueron los artífices de toda su magnífica obra.
Por la idiotez humana, tuvo que emigrar del país y buscar otros caminos. Estuvo con su familia, algunos años en Colombia. Vivieron en la localidad de Pereira y mientras él daba charlas y tertulias de cine entre los universitarios, Carola, su mujer, estudió y se recibió en la Facultad de Filosofía y Letras. A Favio le encantaba Pereira porque todo lo tenía cerca y más que una ciudad, le parecía una gran familia, donde la calidez de la gente lo hacía sentir uno más. Además, la tranquilidad de la ciudad le permitía concentrarse en su trabajo y descansar de las continuas giras como cantante. En esos duros años en Argentina, previos al exilio, cuando no querían darle dinero para sus películas y los avatares políticos lo expulsaban, se refugió en la música. Y allí también descolló y superó a los grandes “titanes” del momento como eran Palito Ortega y Sandro. Los diferentes públicos de habla hispana y de otras latitudes, lo consagraron y sus discos se vendían masivamente. Ahí tuvo la fuente para poder filmar lo que él realmente quería. Juan Moreira (1973) y Nazareno Cruz y el lobo (1975), son la clara muestra de todo lo que he dicho. Nazareno Cruz y el lobo y El romance del Aniceto y la Francisca, están consideradas como las mejores películas del cine argentino. Crónica de un niño y Juan Moreira, están ahí cerquita. Y todavía quedan Gatica y Aniceto. Para mí, Juan Moreira es la mejor. Porque en esa película, Favio no solo muestra un personaje histórico dentro del ambiente campero. Es una historia de amistad, de amor, de odios, de discriminaciones, de traiciones y de valor. También, es una muestra clara de la suciedad política y los abusos de poder. Creo que es una película completa. El final es apoteósico. Un Juan Moreira acorralado por 25 hombres de la ley en el prostíbulo, almacén y pulpería "La Estrella" de la localidad de Lobos (Provincia de Buenos Aires) y aunque sabía que estaba rodeado, sale a pelearlos cara a cara con dos revólveres y un cuchillo. La escena de Rodolfo Bebán (Moreira) atravesando el pasillo del prostíbulo matando, siendo herido y luego su “casi huida” intentando saltar una tapia para llegar a su caballo, son de una belleza pocas veces vista en el cine de todo el mundo. Finalmente, va a ser herido de muerte por la espalda, por la bayoneta del sargento Chirino, quien le perforó el pulmón izquierdo. Sin embargo, Moreira alcanza a disparar su trabuco hiriendo en el rostro a Chirino que como consecuencia de ello, perderá un ojo. Fue tan importante ese hecho de ser atravesado a traición, que a partir de entonces, la gente de pueblo empezó a llamar a las traiciones: “Chirinada”. Otra escena memorable ocurre en el film Nazareno Cruz y el lobo, cuando Nazareno (Juan José Camero) rueda por un barranco que parece interminable y desemboca en lo que sería el Infierno. Ahí lo estaba esperando el Diablo, encarnado por un impecable Alfredo Alcón, quien le ruega que cuando esté frente a Dios, le pida por él, para que lo perdone y lo libere de su labor. Esta escena es de una belleza infinita, con una calidad cinematográfica inusual. La iluminación, la fotografía, el conjunto en general, es tan bello, que uno no puede menos que emocionarse y llorar. Y eso solo se logra cuando alguien entrega su amor y su alma en una obra artística. La película ganó muchos premios y es la más taquillera en la historia del cine argentino.
En Aniceto (2008), su último film, logró lo que él siempre quiso, a decir de sus propias palabras: “Para el personaje de Aniceto, lo elegí a Henán Piquín, porque además de ser un excelso bailarín, tiene la cara que yo quería. Piquín sin dudas es Aniceto.” “Para la filmación, conseguí un galpón abandonado de 400 metros por 200 metros y eso me permitía crear con las luces, yo mismo, el sol, la luna, las estrellas, el universo entero, también el viento, la lluvia y el resto”. Para los que no lo saben, la base del Creacionismo de Vicente Huidobro es: “Crear su propio mundo, completamente desligado de la realidad. Rechaza la mimesis, es decir, el reflejo de la realidad de una forma verosímil, porque según la ideología creacionista la mimesis no crea nada que no existía previamente.” Huidobro dice en su manifiesto: “No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo. Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas. Ya no podrás decirme: 'Ese árbol está mal, no me gusta ese cielo; los míos son mejores'. Yo te responderé que mis cielos y mis árboles son los míos y no los tuyos y que no tienen por qué parecerse.” Huidobro también decía: “El poeta es un pequeño Dios”. Y Favio, con Aniceto, logra SER DIOS. Logra crear su propia naturaleza y un mundo a su imagen y semejanza. Entonces, no es desacertado suponer que Favio sabía de esos fundamentos y lo reflejaba en sus películas.
Y ese es Leonardo Favio. Ese “hecho mágico” que me penetró y al cual nunca dejé salir. Porque yo sabía que me estaba enriqueciendo y sería mejor ser humano sintiendo adentro mío todo su arte y porque él sabía que yo lo retendría. Los dos nos buscábamos. El encuentro no fue casual. Fue y es lo que ambos deseamos.

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