Escribe MIGUEL ÁNGEL GIORDANO (Escritoriador, Argentina)
* Se vivía “de la casa hacia la calle”. Nuestros viejos y los vecinos salín con sus sillas y sentados a la puerta, tomaban mate con fatura y se contaban los chismes del barrio. Mientras tanto, nosotros jugábamos a la mancha, a las escondidas, a la rayuela, a la bolita, a la pelota,…a tantas cosas.
* Jamás nos aburríamos y no nos alcanzaba el tiempo de tantas cosas que hacíamos.
* Convivíamos sin problemas ni raros sentimientos, ricos y pobres, extranjeros y argentinos.
* Si alguno se portaba mal, recibía un cachetazo o una patada en el culo. Y nadie se quejaba por ello, ni nos mandaban al psicólogo o había una denuncia por violencia familiar o intervenía Amnistía Internacional. Retarnos o darnos un chirlo, era parte de la educación.
* Éramos educados y, en su gran mayoría, honestos.
* Respetábamos al prójimo. Cedíamos el asiento a los ancianos, a los desvalidos y a las embarazadas.
* Nuestra educación comenzaba en nuestro hogar y seguía en la escuela, con maestras/os, que “sabían de verdad” y nos educaban para la vida. Y “Minga de vacaciones de invierno”, nos daban tantos deberes, que pasábamos la mitad de ese tiempo haciéndolos.
* Jamás, jamás, se nos hubiera ocurrido gritarles o pegarles a nuestros educadores y muchísimo menos que vengan nuestros padres a increparlos por una mala nota o a pegarles.
* Conversábamos mientras comíamos y escuchábamos la radio en familia.
* Salíamos “de joda” a las 9 de la noche y volvíamos a casa a las 3 de la madrugada, como mucho a las 4.
* Siempre decíamos adónde íbamos y con quién salíamos.
* Dentro de nuestras limitaciones económicas, nos vestíamos lo mejor posible y presumíamos de ello.
* ”Levantarnos” a una mina era durísimo. Acostarnos con alguna, era como ir a la luna en bicicleta.
* Las puertas de las casas estaban abiertas. Si llegaba un desconocido, palmeaba las manos y si no salía nadie, se iba.
* Todos los meses venía el cobrador y pagábamos la luz en casa. Nunca supe que alguien lo asaltara.
* Si a algún vecino le ocurría un accidente, pegaba un grito y enseguida venía todo el barrio a socorrerlo.
* Había solidaridad, respeto y cariño entre vecinos, que vivían toda su vida en la misma casa.
* Los alquileres se “arreglaban de palabra”. Después aparecieron los “contratos” y mucha gente, cada dos años, comenzó a deambular por la ciudad y dejó de “echar raíces”.
* Ese divagar de la gente, hizo que se pierda la esencia de barrio y que empiecen a perderse todas las cosas que nos hicieron felices. Nos convertimos en exiliados dentro de nuestra propia ciudad.
Por eso, siempre digo:
“Aquel tiempo fue mejor del que hoy me toca vivir y el que piense lo contrario, es porque la vida pasó a su lado y no vio nada”.
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