jueves, 15 de noviembre de 2012

SENTIDO RECUERDO DE UNA EPOCA HERMOSA Y HOMENAJE AL AMIGO

NO QUIERO IRME SIN PODER VERTE "La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes." John Lennon
Fuiste parte de la mejor etapa de mi vida. Y no quiero irme sin poder verte una vez más. ¿Te diste cuenta que hoy, casi al finalizar el 2012, se cumplen 46 años sin vernos? Vos, allá en las “Españas”, añorando tu terruño. Yo, en Argentina, en ésta tierra gaucha, esperando tu regreso. ¿Te acordás del Profesor de Literatura de nombre Oronás, en 4° año? Él, alto, corpulento, morochón, nos recitaba: (COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE - JORGE MANRIQUE Copla I - Recuerde el alma dormida) Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado (Copla V- Este mundo es el camino) Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos. Era una de las pocas materias que me interesaban. Obviamente, entre otras cosas, después fui escritor, pero las letras es lo que más me apasionó desde siempre. Vos eras de los más inteligentes de la división. También y junto a mí, de los más “quilomberos”. Cosa rara lo tuyo. Un alumno que estudiaba y que era “liero” también. Tal vez por eso, casi siempre andábamos juntos. Porque nos entendíamos a la perfección. Te recuerdo, siempre lo hice, con tu traje verde claro y el nudo de la corbata que pareció eso: un nudo, porque era muy poco elegante. Pero no nos importaba. En aquella época, esas “pelotudeces” no tenían la más mínima importancia. Los valores pasaban por otros sitios. De qué servía la “pulcritud” de Espósito o de Rial, que todos los años hacían “rancho aparte” y se sentaban juntitos en la primera fila y no le daban bola a nadie. Incluso, ni siquiera vinieron a despedir el año con el resto. Ellos despreciaban a todos en la misma medida que nosotros a ellos. Porque eran dos asquerosos y discriminadores. Recuerdo una vez que a González, que era de los mejores alumnos de la clase, lo basurearon porque tenía un problema en el brazo izquierdo, producto de una parálisis que tuvo de chico. Además y a raíz de ese problema, de esa enfermedad que había tenido, su cuerpo era muy esmirriadito y no podía hacerle frente a nada ni a nadie. Ahí se ganaron mi desprecio. Los putee a los dos en el recreo y casi los cago a trompadas y para contrarrestar esa ofensa, le dije a González (José Luis era su nombre):
-Vení, sentate conmigo.
Y así estuvimos mucho tiempo. Esa circunstancia me demostró y me mostró a un ser estupendo, muy dulce y qué, a pesar de su problema físico, no de dejaba de seguirnos en cuanto despelote hiciésemos. Los otros dos pelotudos deben haber terminado siendo amantes. Mi espíritu inquieto, hoy los psicólogos le dicen: Hiperquinético, hacía que varíe de compañeros y era habitual en casi todos nosotros, cambiarnos de banco. Entonces, yo me sentaba casi siempre con Lucio Cabido. O con José Luis González o con Enrique Colombo, fallecido hace unos años y con quien mantuve la amistad posterior al secundario. José Luis López, un petiso que lo que tenía de buen amigo y de estudiante, lo tenía de “flor de quilombero”. Luis Pirroni, fue medio bola cuatro años y se despertó en quinto año, destacándose como uno de los más lieros. Jorge Schuster, todo un personaje que según me contaron, murió en un tiroteo en un allanamiento o algo parecido durante la dictadura de Onganía, pero nunca pude constatarlo. Ángel Wicszniewisz, en la casa lo llamaban Tito. Su apellido era tan difícil de pronunciar, que esa gran profesora de Inglés que tuvimos cinco años, la Sra. De Gazzave, lo llamaba Winiski, para hacerla fácil y porque nunca le salía el original. Era muy quilombero y después la seguimos juntos en la Facultad de Derecho. Lógicamente, abandonamos antes de que termine el primer año. Arauz, que estudiaba para mago y siempre andaba haciendo “trucos” durante la clase y muchas veces, nosotros hacíamos de ayudantes. Alfredo Lizza, otro “bolonquiero” que uno no sabía si era inteligente o boludo, pero que era un gran amigo y muy fiel. Nos comunicamos un par de veces varios años después y nunca más supe de él. Daniel Nastri, el “lindo” de la división. Rubio, buena figura. Yo conseguía minas y salíamos juntos, incluso hasta un par de años después de la secundaria. Ricardo Reverter, gran pibe y amigo, pero estaba en la segunda línea de la “Barra Brava”. Raúl Todaro, otro gran amigo de la segunda línea. Con sus gruesos anteojos se parecía a Fava, el personaje de la historieta “El Eternauta”. José Luis Peirano, muy buen estudiante y amigo, vivía cerca de casa. Él, muchas veces se alejaba del despelote para no “quedar pegado. Era medio cagón. Mario Spruch Weiser, un muy querido amigo que lamenté siempre no haber podido seguir la relación. Esas boludeces de muchos que al terminar el secundario, nos alejamos de todo. Dejé para el final a Daniel Marota. Sus anécdotas son infinitas y merecería todo un libro. Es uno de los putos más putos que he conocido en mi vida. Desde primer año que me quería “voltear”, siempre quería sentarse conmigo y me pasaba la mano sobre el hombro o intentaba acariciarme la pierna. De familia muy acomodada, era hijo del, por entonces, presidente del Club Huracán. Cada tanto, me hacía regalos para conquistarme. Un fenómeno. Pero era un gran muchacho, muy querible, muy amigo y, por sobre todo, nunca logró su objetivo. Sus aventuras, flirteos y escaramuzas sobre cuanto muchacho lindo pasara cerca, eran notorias, divertidas y, para ese entonces, muy osadas y audaces. Hoy es moneda corriente, pero por esos años, era muy despreciado por la sociedad. Para mí fue adelantado. Me lo crucé una vez en la calle y ya no tenía esa cara regordeta y simpática del secundario. Su rostro denotaba tristeza y en cinco minutos me contó su vida. Desheredado, alejado de todos, poca guita y buscando “chongos” por la ciudad o haciendo algún peso en los baños de Retiro. Lamentable. Me dolió mucho verlo. Me quedo con la imagen de los cinco años que estudiamos juntos. Es mucho más lindo,… y saludable.
Y bien, querido amigo Lucio Cabido, porque me dirijo a vos, te habrás dado cuenta. Pasaron 46 años desde que nos vimos la última vez en el “Rancho de Ochoa” (el popular artista y recitador) festejando la despedida del secundario. Estoy seguro que no te habrás olvidado de todo esto. ¿Te acordás en 4° año a la profesora de Matemáticas? Era la más mala del Instituto Guillermo Rawson. Le faltaba el bigotito y era Adolfo Hitler. Pero no, era alemana y se llamaba Herstein, apellido que cuando se pronuncia ya te produce miedo. Era bajita, gordita, piernas robustas y con su cara siempre roja, lo que la hacía más temible aún. Incluso, siempre venía con un vestido rojo, bien rojo, como para atemorizar aun más al alumnado. Con los años, cuando descubrí al pintor Botero, no pude menos que asociar su cara a cualquiera de sus personajes. Su carácter era terrible y en sus clases, predominaba el silencio rotundo. Yo, como todo hombre de letras, no soportaba a la Matemáticas y mucho menos a “La Herstein”, como se la conocía. Además, la Matemáticas de ese año es la más pesada de los cinco del Comercial, con la Tabla de Logaritmos y no sé cuantas cosas horribles más. No quería estar en sus clases y se notaba en mis notas. Ya en Mayo, me encaminaba con seriedad a Marzo directo. Un día, se me ocurre llevar unos “Cascabeles” al Colegio. En el recreo antes de la clase de “La Herstein”, nos ponemos de acuerdo media docena de forajidos de “nuestra barra” y nos sentamos atrás de todo (por supuesto). Si la memoria no me falla los seis éramos: Cabido, López, Spruch Weiser, Wicszniewisz, Lizza y yo. En medio del silencio sepulcral de la clase de la feroz profesora, empiezo a hacer sonar suavemente debajo del banco a los cascabeles y con voz tipo susurro, los seis mafiosos empezamos a cantar una canción que había popularizado Joselito: “Doce cascabeles lleva mi caballo por la carretera y un par de claveles al pelo lleva mi romera.” Yo le miraba la cara regordeta y roja a la profesora y ella no alcanzaba a distinguir qué era lo que mancillaba su silencio total. Qué era ese murmullo… Al mismo tiempo, nosotros aumentamos “un poquito” el volumen y yo sacudía más fuerte a los cascabeles. Ahí fue cuando la “fascista” profesora, con la cara más roja que nunca, su vestido rojo, más rojo que nunca, dejó la tiza en el pizarrón y se fue de la clase. Nosotros nos moríamos de risa pero esperábamos la contraofensiva. A los dos minutos entraron en el aula, “La Herstein”, “El Chancho” Torres, que era el Director del Instituto, “El Paragua” Rivero, Jefe de Celadores y “Miseria Espantosa” Lozano, Jefe de Piso. El Director preguntó quienes eran los que estaban alborotando la clase so pena de ser fusilados en el patio al lado del mástil, más o menos. De inmediato y para que no sufran consecuencias mis compañeros, me levanté y dije que había sido yo. Pero no fue suficiente y la ligó también mi compañero circunstancial de banco qué, la verdad, no me acuerdo quien era. Pudo haber sido López. La cosa es que el castigo fue que los dos no entraríamos más en la clase de Matemáticas por el resto del año. Lo que significaba algo que estaba escrito: a Marzo directo. ¡Y recién estábamos en Junio! Era muy cómico, entraba la profesora y nosotros salíamos y nos quedábamos pelotudeando en el patio toda esa hora. Afortunadamente, en el examen de Marzo, no estuvo esa profesora y pude rendir bien. ¿No te acordás Lucio? En quinto año, faltaba poco para finalizar el año. Durante el recreo y previo a la hora de Contabilidad dimos vuelta los bancos y cuando entró ese gran profesor de apellido Falcón, estábamos todos de pie, de espaldas y mirando el ventanal del fondo. El profe, que nos conocía desde primer año, fue hacia el escritorio, dejó la libreta de clasificaciones encima y dijo: ¡Gente grande! Ahí nos empezamos a cagar todos de risa, incluido él y volvimos los bancos a su lugar. Sabíamos a quién le hacíamos la joda, porque otro profesor quizás no lo hubiese tolerado. Pero Falcón era grande de verdad, como educador y como persona. Tantas historias que hemos vivido juntos. Tantas que “pudimos” vivir. Se nos fue la vida y aún, sin estar juntos, sin vernos hace 46 años, estamos unidos. Pero no quiero partir sin poder verte una vez más. Sin tomar algún vino o comer un asadito criollo. Con vos y tu familia. Conmigo y mi familia. Contarnos qué hicimos con nuestras existencias. Tristezas y alegrías. Y el futuro de nuestros hijos y, en tu caso, tus nietos también. ¿Qué estamos esperando? Por eso, cito a Jorge Manrique nuevamente: Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando.

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