Escribe MIGUEL ÁNGEL GIORDANO (Escritoriador, Argentina)
Fotos: Miguel Á. Giordano - Mateo E. Giordano - INTA Delta
Aquellos
que en verdad amamos al Delta, sabemos que todo el año es un gozo pleno.
Las
diferentes estaciones del año tienen atractivos tan particulares como bellos
los paisajes que nos ofrece la naturaleza.
Don
Pedro Cenzatto, pionero habitante del Parque Los Ciruelos en el
"fondo" del arroyo Espera, decía siempre: "Dios hizo el paraíso y
después hizo el Delta".
Y
tenía razón Don Pedro, a quien – dicho sea de paso - por su tipo de piel o
porque fumaba unos cigarrillos negros espantosos, o vaya uno a saber porqué,
jamás lo picó un mosquito.
Las
cuatro estaciones en el Delta tienen sus encantos y su personalidad bien
definida. Si Antonio Vivaldi, el autor del famoso concierto “Las cuatro estaciones”,
existiese hoy, seguramente se hubiera inspirado al visitar las islas. Su música
tendría esa maravillosa explosión de colores que nos perturba y al saborear los
penetrantes aromas y escuchar los sonidos sutiles que provienen desde el alma
misma de la tierra, no me cabe duda, que tendríamos melodías jamás oídas por el
hombre.
El
IINVIERNO nos ofrece una isla misteriosa, con su vegetación despoblada de hojas
y colores plenos. Por momentos adquiere un toque fantasmagórico, lleno de
mágicos silencios y sortilegios incumplidos. Meses de mañanas encanecidas por
las "heladas", de peces flacos y cantos escondidos de los pájaros.
Pero es una época diáfana de aire y cielo descubierto. Las estrellas se
desnudan ante nosotros sin pudor alguno y se estremecen como nunca sobre la
gramilla azul del firmamento.
La
tierra se apretuja entre las raíces de
las casuarinas y de la marchita "Paja brava". Son días y noches de
grata tertulia alrededor del cálido fuego aromado de resina y pan caliente.
En
la PRIMAVERA, época de lluvias y crecientes, cambian los colores ocres del
invierno por la más increíble gama de verdes, rojos, amarillos, naranja y el
brillo propio y especial que tienen todos los brotes nuevos.
Los
peces danzan sobre el agua, los insectos y las aves son flechas entrecruzadas
en el aire y un aroma autóctono surge desde la maleza. Son meses de intensa
explosión natural.
El
VERANO es la temporada del gozo. La isla aparece como apocada, más calmada
después del sismo primaveral. El tono de las hojas se opaca un tanto y de la
tierra emerge con furia todo el aroma del que es posible. Se confunden
entonces, el olor de la hierba y la tierra húmeda y la brisa cálida del estío
con el cóctel perfumado de las plantas y el polen que estalla sobre los árboles
en flor. Es como una masa uniforme que nos envuelve, nos embriaga y nos
empequeñece.
Pero
es en el OTOÑO, cuando se conjugan todos los meses del año. Es la plenitud de
la vida en las islas. Los árboles y las plantas adquieren formidables colores,
la temperatura ambiente es muy agradable y si uno es buen observador, podrá
apreciar cómo, lentamente, la naturaleza se repliega y busca acomodarse ante la
cercanía del invierno.
Ya
no hay insectos, es tiempo de la poda y los cantos de los pájaros son un
suspiro de amor.
(Este escrito,
pertenece al aún Inédito libro de mi autoría, junto con Alejandra Ricard:
“GRAN LIBRO DEL DELTA” – Declarado de “Interés Cultural” por la Provincia de
Entre Ríos)
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