jueves, 13 de junio de 2013

“LAS CUATRO ESTACIONES EN EL DELTA”

 
 
Escribe MIGUEL ÁNGEL GIORDANO (Escritoriador, Argentina)
                           Fotos: Miguel Á. Giordano - Mateo E. Giordano - INTA Delta
 

Aquellos que en verdad amamos al Delta, sabemos que todo el año es un gozo pleno.
Las diferentes estaciones del año tienen atractivos tan particulares como bellos los paisajes que nos ofrece la naturaleza.
Don Pedro Cenzatto, pionero habitante del Parque Los Ciruelos en el "fondo" del arroyo Espera, decía siempre: "Dios hizo el paraíso y después hizo el Delta".
Y tenía razón Don Pedro, a quien – dicho sea de paso - por su tipo de piel o porque fumaba unos cigarrillos negros espantosos, o vaya uno a saber porqué, jamás lo picó un mosquito.
Las cuatro estaciones en el Delta tienen sus encantos y su personalidad bien definida. Si Antonio Vivaldi, el autor del famoso concierto “Las cuatro estaciones”, existiese hoy, seguramente se hubiera inspirado al visitar las islas. Su música tendría esa maravillosa explosión de colores que nos perturba y al saborear los penetrantes aromas y escuchar los sonidos sutiles que provienen desde el alma misma de la tierra, no me cabe duda, que tendríamos melodías jamás oídas por el hombre.



El IINVIERNO nos ofrece una isla misteriosa, con su vegetación despoblada de hojas y colores plenos. Por momentos adquiere un toque fantasmagórico, lleno de mágicos silencios y sortilegios incumplidos. Meses de mañanas encanecidas por las "heladas", de peces flacos y cantos escondidos de los pájaros. Pero es una época diáfana de aire y cielo descubierto. Las estrellas se desnudan ante nosotros sin pudor alguno y se estremecen como nunca sobre la gramilla azul del firmamento.

La tierra se apretuja  entre las raíces de las casuarinas y de la marchita "Paja brava". Son días y noches de grata tertulia alrededor del cálido fuego aromado de resina y pan caliente.

 
En la PRIMAVERA, época de lluvias y crecientes, cambian los colores ocres del invierno por la más increíble gama de verdes, rojos, amarillos, naranja y el brillo propio y especial que tienen todos los brotes nuevos.
Los peces danzan sobre el agua, los insectos y las aves son flechas entrecruzadas en el aire y un aroma autóctono surge desde la maleza. Son meses de intensa explosión natural.


El VERANO es la temporada del gozo. La isla aparece como apocada, más calmada después del sismo primaveral. El tono de las hojas se opaca un tanto y de la tierra emerge con furia todo el aroma del que es posible. Se confunden entonces, el olor de la hierba y la tierra húmeda y la brisa cálida del estío con el cóctel perfumado de las plantas y el polen que estalla sobre los árboles en flor. Es como una masa uniforme que nos envuelve, nos embriaga y nos empequeñece.


Pero es en el OTOÑO, cuando se conjugan todos los meses del año. Es la plenitud de la vida en las islas. Los árboles y las plantas adquieren formidables colores, la temperatura ambiente es muy agradable y si uno es buen observador, podrá apreciar cómo, lentamente, la naturaleza se repliega y busca acomodarse ante la cercanía del invierno.

Ya no hay insectos, es tiempo de la poda y los cantos de los pájaros son un suspiro de amor.

 
(Este escrito, pertenece al aún Inédito libro de mi autoría, junto con Alejandra Ricard: “GRAN LIBRO DEL DELTA” – Declarado de “Interés Cultural” por la Provincia de Entre Ríos)
 

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