miércoles, 6 de marzo de 2013

SOBRE ESCRITORES Y AVENTUREROS

Escribe: MIGUEL ÁNGEL GIORDANO (Escritoriador) Escribir, como en cualquier otra disciplina, es para lo que uno nace. Generalmente, uno no se hace para tal o cual arte. Se deben tener condiciones innatas que se van a ir puliendo con el tiempo, con el saber oír y ver, con el estudio y la investigación, con horas, días y años de intensa actividad, de romper y hacer de nuevo, de correcciones agotadoras, una y mil veces. Esas condiciones innatas, van a ser la semilla germinante las que, luego de todo ese proceso que inevitablemente debemos pasar todos, brinden el fruto, que hemos anhelado. Con mayor o menor éxito, eso depende de otros factores. Como digo, este proceso nutrificante le ha ocurrido a todos: Borges, Whittman, William Shakespeare, Simone de Beauvoir, Truman Capote, Juan B. Alberdi, Dante Panzeri, Alfonsina Storni, etc. Para escribir, ya sea narrativa o poesía, ficción o periodismo, es fundamental: escribir con las manos. Algunas personas, parece que utilizan otras partes anatómicas del cuerpo al hacerlo. Son aquellas que eligen escribir, como hacer ikebanas o ir al gimnasio. Es solo un pasatiempo de hombre o de mujer, cuyo analista le dijo que debía ocupar su tiempo en algo o cuya vida hueca, generalmente de personas de un pasar tranquilo, debe ser llenada con lo que no supo hacer en su momento. Entonces, buscan en el cofre de sus frustraciones, aquello que ha quedado guardado porque se han dedicado a otra cosa, que no tiene absolutamente nada que ver con lo que hicieron toda su vida. Van a talleres de cualquier cosa o, en el tema que hoy estoy tratando, a talleres literarios o de periodismo en busca de una quimera más inexistente que nunca. Y no importa cuánto dinero pongan para lograrlo. Su fracaso es inevitable y contundente. Porque no hay nada peor en la vida, que intentar forzar a que algo se haga como uno pretende, pues si se quiere torcer el rumbo natural de las cosas, se tiende a romper el equilibrio y produce un fenómeno en oposición que, a la corta o a la larga, destruye a quien lo provoca. Y lo deja más frustrado que nunca. Para escribir con las manos, primero se debe escribir lo que los pies nos han otorgado con los miles de kilómetros andados en los diferentes rumbos de la vida. No podemos escribir sobre el amor si no lo conocemos y no hemos sufrido – y mucho – por y a través de él. No se puede escribir sobre aquello que no se ha experimentado en carne propia, porque si no, todo lo que se escriba sobre eso, no tendrá sustento ni profundidad, se estará “inventando” sobre algo que no se tiene ni la más remota idea. O se estará copiando lo que otro hizo, en cuyo caso, no existirá mérito propio alguno. Aquellos que hemos transitado ese tortuoso camino de la escritura, sabemos reconocer este tipo de textos y cuando alguien sabe o no sabe de lo que está hablando. Y si tiene rendidas todas las materias que la vida nos puso en esta carrera de escritor. Por los recursos técnicos, o por la creatividad o por los vicios literarios, etc., uno se da cuenta enseguida de qué clase de escritor o de pseudo escritor se trata. En los textos cortos y creativos, “los aventureros de la escritura” no tienen ninguna cabida, porque hay que ser muy estrictos en el lenguaje y en las ideas. A este tipo de textos, les escapan porque saben que no tienen ninguna alternativa. Es en los textos largos donde es muy notorio las deficiencias de las que hablo, porque en su mediocridad existencial, los pseudo escritores suponen que pueden deslumbrar al lector desprevenido o pasar inadvertidos para aquellos que conocen la materia. Lo mismo ocurre en el periodismo, donde intentan incurrir solapadamente en la creencia estéril de que nadie se va a dar cuenta de su “aventura”. Estos casos de señores o señoras gordas – por decirlo de un modo urbano y sin ánimo de ofender - que incurren en determinadas disciplinas sin ningún sustento o asidero natural, son los que bastardean a las profesiones y los qué, impunemente, trepan en los diferentes estamentos, a fuerza de actuar sin escrúpulo alguno o comprando voluntades. Hoy día, todo esto lo vemos muy claramente en las actitudes de Ricardo Fort, por nombrar solo a uno de éstos “personajotes”. Pero hay Ricardo Fort en todos lados y la literatura y el periodismo no son ajenos a ello. Son como clones: todos actúan de la misma manera, tienen los mismos tics y apelan a sus más bajos instintos para lograr sus objetivos. En eso sí son profesionales, dado que parece que todos han ido a la misma escuela y cursaron todas las materias exitosamente y se recibieron con honores. En literatura o periodismo, es fundamental evitar o eliminar cualquier obviedad. Se debe pensar con el corazón y escribir con el cerebro. Ser lo más creativos posible. Y ser honestos, sobre todo con uno mismo. Estos son los mínimos instrumentos que se deben utilizar para poder trascender. Para poder pensar en que se puede sobresalir por entre otros y aspirar al respeto de sus pares y de la sociedad. Lo otro,… lo otro es hojarasca que se lleva el viento.

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