lunes, 30 de septiembre de 2013

“OLORES y SABORES”




          * Escribe ©Miguel Ángel Giordano (Escritoriador, Argentina)

Olor: m. Sensación que las emanaciones de ciertos cuerpos producen en el olfato. Lo que es capaz de producir esa sensación.
Sabor: m. Propiedad que tienen ciertos cuerpos de afectar el órgano del gusto.


Entre las cosas buenas que nos da la vida, están esos olores y esos sabores, que con sus misteriosos sortilegios nos encantan, envolviéndonos en una halo invisible y misterioso que nos conmueve, que nos abruma…
En esa mágica danza de finos hilos, como dedos celestiales que nos acarician, transportamos nuestra mente por universos desconocidos y puros y nos dejamos llevar porque sabemos que eso es bueno, que eso nos enriquece y no daña.
Vivimos tiempos insensibles e hipócritas y aquellos que amamos a la vida, tratamos de aferrarnos a las cosas que nos han dado lo mejor. Esas cosas para las que no hace falta coraza alguna y a las cuales siempre es bueno permitirles que nos invadan.

Yo tengo mis olores y mis sabores.
El pan y la factura que me daba mi vieja cuando desayunaba antes de ir a la escuela, o a la tarde, en la merienda, el mate cocido y el pan tostado con manteca y dulce de leche.
El hermoso aroma que el aire traía desde Jorge Newbery y Corrientes, en donde estaba el “tostadero de maní”.
Había otros olores, que se confundían e intentaban confundirnos. Esos olores con sabor a basura y a muerte, que venía desde la quema municipal y desde el crematorio del cementerio de la Chacarita. O el del Arroyo Maldonado, cuando se enfurecía y escupía a través de sus bocas, los feos olores de la miseria y la postergación.
Aún me quedan en algún rincón del alma esos aromas y los sujeto a mis recuerdos porque me permiten ver más claro y más objetivamente todo lo que me rodea. Porque la vida tiene eso también, personas que intentan adosarse en tu cuerpo como rémoras, con sus olores pútridos, con su sabor de muerte.
Esto nos acomoda y nos permite conocer las diferencias. Por eso nos aferramos a los otros olores y sabores. Unos son la decadencia y la desazón. Los otros, son el futuro infinito y la satisfacción. Embrujo y amor.
¿Cómo podemos comparar esos feos olores que intentan invadir nuestros sentidos, con aquellos otros que solo desean hacernos feliz?
Nada es comparable a lo que emite un libro antiguo cuando lo abro. Me sumerjo entre sus hojas como un duende en busca de la alquimia. Y cuando me quedo con todo su olor, vuelvo a abrirlo en otras páginas para continuar con el rito sagrado.
El olor del subte de la línea “A” con sus antiguos vagones, hoy suplantados por otros que emiten olor a…, olor a nada.

El aroma y el sabor  de un buen vino “Malbec”.
Recuerdo el aroma que salía de la fábrica “Bagley” de galletitas, en la Avenida Montes de Oca. No sé si aún se puede percibir.
También recuerdo el envolvente olor en la carpintería de Don Carracedo, un gallego como pocos, que me enseñó el arte de la madera. Más que para que me ilustre, creo que yo lo visitaba para “oler” la viruta, el aserrín y los enormes tablones de diferentes árboles. Ahhh, los árboles. Pocas cosas hay en la tierra superior a sus aromas.
O un jazminero en flor. O un duraznero a punto de la cosecha. O el sutil aroma del campo, del pasto, de la naturaleza pidiendo a gritos ser aspirada.
Cuando era chico me quedó muy impregnado el olor a bosta de los caballos que tiraban los carros del lechero,de “La Vascongada”, de la “Panificación Argentina” o de la fábrica de soda “La Estradense”, de mi amigo Daniel Fernández.
Me acuerdo del olor de “Kuki”, mi primera novia, cuando éramos dos mocosos y con la que aún hoy mantenemos la amistad.
Los diferentes olores en el taller de vidrios de mi viejo. La masilla marca “Dos Anclas”, el fuerte ácido muriático para quitar el plateo a los espejos o el mate cocido que hacía un amigo de mi papá. El olor a nafta de nuestro camión al cual llamamos “El Poderoso” y el aroma jamás descifrado que emitía el mameluco de mi viejo.
El olor del colectivo que venía a buscarnos a mi hermana Virginia y a mí para llevarnos al Colegio San José. El aroma de mi valija de cuero, a lápices de colores marca “Conte” o de mi cartuchera, o la tinta para escribir.
Como una catarata me llegan los olores de la pelota “Pulpo”, de la de cuero “Sportlandia”, el “aceite verde” que nos poníamos antes de jugar al fútbol.
El “Quacker”, el “Vascolet”, el increíble aroma que salía cuando abríamos las puertas de la casa en la isla del Delta, luego de varias semanas de encierro.
El olor a pescado, o del asado que hacía mi viejo con leña que yo mismo juntaba. El insoportable pero añorado olor del espiral marca “Buda” o del “Pelente” para los mosquitos. 

¡Olores y sabores!
Cuanto más ingreso en mi memoria, más aromas aparecen. Será porque forjaron mi vida y hoy, a la distancia, se transforman en insustituibles y necesarios.
Me acuerdo cuando iba al cine “Villa Crespo” o al “Mitre”. Los olores eran diferentes, opuestos. En el primero y por su lujo, sentía que estaba en Hollywood, con las “paisanas” de la colectividad judía envueltas en lujosos tapados de pieles (hoy sería imposible que se vistan así); el olor y el gusto de las semillas de girasol y de zapallo. En el otro, parecía que estábamos en Chicago, con la banda de Al Capone y los pesados de “La pandilla de ´punto muerto”.
En el “Villa Crespo” había butacas de cuero, número vivo y telón de terciopelo. En el “Mitre”, asientos de madera dura, bien dura, un foso para la orquesta (porque también era teatro) en donde cada tanto se caía algún boludo que en la obscuridad, venía mirando la película y se iba a la mierda. ¡Y “Minga” de telón! Una pantalla medio pedorra y gracias.
En uno había agradables aromas a perfumes caros y buen desodorante de ambientes y el clima era cálido. En el otro, había olor a culo, a pedos, a sobacos y nos cagábamos de frío. Además, había olor a “bronca”, mucha bronca y era común que durante una película volaran piñas, tortazos y escupidas.
En uno, cuando se cortaba la película, la gente esperaba en silencio que siga. En el otro, se armaba un descomunal quilombo y las hileras de los asientos, por las patadas, temblaban como hojas. Me acuerdo que una vez tuvo que venir la policía de la comisaría 27° que estaba a media cuadra y se quedó hasta el final de la función.
Uno era San Isidro y el otro era Puente Alsina, pero ambos, tuvieron olores y aromas que recuerdo con mucha nostalgia.

Mucho más acá, fueron otros los olores, intensos y memorables. La colonia “Vitess” o “Shulton” con sabor a Lavanda, uno de mis preferidos aromas, que me ponía antes de “salir de joda”.
El perfume de mi novia y esposa. El talco, la colonia y la mierda que les limpiaba a mis hijos cuando eran bebés. El cutis de mi vieja embadurnada de crema “Pond’s” y su tersa mano que sostuve en su última noche.
Los inconfundibles olores de un vestuario de fútbol, cargado con una mescolanza indescriptible y única.
Abrir por primera vez la puerta de un “0 Kilómetro” y aspirar ese hermoso e inconfundible olor penetrante y quedar extasiado ante él.
Un buen vacío al horno con papas, una “Pepsi” bien fría, tortas fritas y meter la cabeza adentro de un envase de un buen café.
Hablando de café, recuerdo los olores típicos de los cafés que frecuentaba, cargados de humo, de estaño y de historias.
Un vino torrontés bien “frappé” tomado con amigos, pausadamente, como reteniendo el momento. Y a la distancia, recordar…

Armando Tejada Gómez, mi amigo que se “fue de gira” hace algunos años, hablando de este tema, me dijo una vez:
“Grandote, no hay nada más puro que esos olores que han hecho grata nuestra vida.  Relee mi libro ‘El canto popular de las comidas’, ahí hay mucho de esto que hoy hablamos”.
Y sí Armando querido, por eso este homenaje a “mis olores y sabores”.
Uno puede hablar de estas cosas cuando se ha vivido, cuando esos olores y esos sabores aún persisten y se niegan a abandonarme.
Es bueno estar junto a ellos y que mi memoria, de tanto en tanto, los haga presentes, porque son mi vida, son la vida y otorgan fuerzas cuando me debilito.
¡Olores y sabores!
Imposible no recordarlos…


(Fotos: Mateo E. Giordano * Google)
















2 comentarios:

  1. Yo me acuerdo de los olores de algunas comidas que se mandaba mi viejo, que como buen gallego hacía pulpo "a feira", de como olía la peluquería de los hermanos Gómez que estaba a la vuelta de casa y que yo odia mensualmente. Los ruidos y olores de la estación de Liniers cuando llegaba el tren cargado de gente "colgada" de cualquier forma. Y los colectivos? tenían su olor y también su ruido característico, un amigo mío, el Beto, que su viejo era colectivero, se conocía de la línea 109 cuando venía un colectivo por el ruido y te decía que número tenía. Nunca le pude ganar una apuesta. Yel olor y el ruido del baño del Rawson en los recreos? El griterío que armabamos para jugar un rato a la pelota con las chapitas de cocas. ................ Y tanto y tantas cosas.......... te dejo, hermano, gracias por estar ahí. Nunca sabrás lo que significa para mí todo esto. Gracias

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  2. gostei da postagem, principalmente do perfume que me faz lembar do cheiro do meu pai que era tudo de bom, o perfume que sempre gostava de comprar para ele e que de pois nunca mais deixou de usar, Vitess. Ele sempre tinha um cheiro muito bom, mesmo sua camisa de pois do trabalho suada cheirava muito bom.E sabe de uma coisa ouvi falar que Mario Roso de Luna tinha um cheiro de rosas, onde ele adentrava deixava um cheiro de rosa,isso me deixou intrigada, pois os bons aromas seja na cozinha, no corpo na roupa ou no ambiente nos faz sentirmos bem,por isso estamos bem em um belo jardim.

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